Manuel Sosa Medina "Sandokan" y su Vida por los Demas

De Manuel Sosa Medina poco podemos hablar porque ya se ha hablado y solo con pronunciar su nombre ya a uno se le pone los pelos de Gallina, un hombre conocedor de la Costa Norte y que ha sido capaz de salvar muchas vidas, se le ha concedido la Medalla de Oro de Canarias por su incansable labor, ahora el Club de Leones "Gran Canaria centro" Quiere rendirle homenaje a este hombre para el día 17 de este mes de Octubre y de este Año 2008 se le hará una Cena en La Montaña de Arucas donde se le hará entrega del mas grande distintivo que se le puede dar a una persona el "Melvin Jones" (máxima condecoración que concede los "leones"  a Nivel Internacional).
 Para ello se ha determinado una entrada de 30€ por persona, también existe una fila 0 por 10€ los pagos de la colaboración,  si quieren los pueden hacer en la C/C 2052 8015 79 3310089504 de la Caja de Canarias. También pueden si quieren aportar otra cantidad. Durante la Cena se sortearán diversos objetos. TODO EL DINERO RECAUDADO SE LE ENTREGARA EN SU TOTALIDAD A "SANDOKAN" Para que pueda sufragar los gastos que le ocasiona su enfermedad. También si quieren pueden adquirir las entradas en:
Asesoría Morales en la Calle León y Castillo 71, local C. Tfno. 9281372710. En La Farmacia Elías Hernández en la calle Gonzalo Medina, 5 de Santa Brígida.
Gracias a todos y cuantos más acudan mucho mejor.
Quisieramos exponer lo que de el se hablo en uno de los muchos periodicos digitales.
El pescador de hombres
Texto: Itsaso Álvarez / Las Palmas
16/02/2005

Manuel Sosa Medina, a quien todos conocen en Canarias como Sandokán, ha salvado la vida a 300 bañistas y marineros
Él asegura que la marea le respeta. Que cuando hay temporal, el cielo se cierra y la mar se vuelve imposible, achica la poca cobardía que le queda, zarpa en su modesta embarcación y se arriesga porque Dios le ha dado un don: «Salvo vidas humanas».
Hay en el archipiélago de Canarias un hombre-pez engendrado en una familia de agricultores que se hermanó con el mar cuando apenas tenía catorce años y responde al nombre de Manuel Sosa Medina, Sandokán, como el pirata justiciero. Que mira sereno y habla dócil como la brisa que sopla los días templados. Un hombre suave, de tranquilas maneras mundanas, que peina una barba blanca con festones grisáceos como el mismo Neptuno, de rostro esculpido por el salitre y un alma transparente como el agua. Cuentan las crónicas, y la Policía local lo atestigua, que ha sacado del Atlántico a trescientos pescadores y bañistas a los que el océano se había empeñado en devorar. Siempre en la peligrosa costa del norte grancanario, donde las fuertes corrientes y el oleaje han forjado su leyenda.
Así lleva más de treinta años. Es un héroe para todos. Un salvavidas humano. En el momento de presentarse a la cita, le llaman unos chiquillos:
–«Sandokán, hay un gatito atrapado, ayúdale», suelta con voz apagada un mocoso de tez morena y rizos.
–«Pero, ¿para eso me llamas, mi niño? Vamos a ver al gato».
El hombre sube al minúsculo triciclo que le ha cedido el Ayuntamiento de su natal Arucas para que navegue por el asfalto a sus anchas y se encargue del mantenimiento y la limpieza de las playas. Pone la «banda sonora» –la emisora local, Radio Arucas– y, al encender el motor, un carraspeo poderoso se adueña del lugar. «Este carro es como un trueno», se disculpa. Diez minutos y dos arañazos después, el gato ya está haciendo de las suyas y el chaval ha recobrado la sonrisa. No extraña que a Sandokán le quieran con locura. En toda la isla.
Su primer rescate, a los quince años. Desde el último, apenas han transcurrido dos semanas. Aquella primera vez, había hecho pellas. «Normalmente, tardaba más en volver al colegio que en escaparme de él». Su padre y el maestro no sabían qué hacer con el joven Manuel. «Siempre que me escapaba, me iba a un charco de la playa, hacía barquitos con latas de atún, les ponía una vela y les lanzaba piedritas. Cuando más tranquilo estaba, aparecía el profesor. Al final, fue él quien, ya cansado, le dijo a mi padre: ‘Juanito, el chaval lo lleva en la sangre, no hay nada que hacer’. Y me dejaron estar». No tardaría mucho en darse a sí mismo el sobrenombre de Sandokán, como el personaje literario de Emilio Salgari.
Barcos con latas de atún
De las latas de atún, pasó a construir una barca con la madera que sacaba de las cajas donde se guardaba el coñac. Pronto se las apañó para ganarse la vida y dar salida a su vocación: pescador. Vendía lapas, gallos y doradas en el paseo marítimo y soñaba con tener una embarcación en serio.
SERENIDAD. «Necesito la marea como el oxígeno para respirar».
«Un día, le pidió a mi tío que si le podía comprar una barquilla para realizar salvamentos; le dijo que se fiara de él, que se la pagaría a plazos». El sobrino menor de Laureano Marrero, propietario de la ferretería de Bañaderos, municipio próximo a Arucas, ha crecido contando esta historia a todo aquél que se interesa por Sandokán. Aquella barca, la misma que hoy sigue mojando en sus expediciones, le costó a Manuel Sosa 175.000 pesetas.
Tardó en pagarla un año. Hace seis que tuvo que ponerle un motor nuevo. Se lo pagó el Ayuntamiento de Arucas. Antes, el senador popular grancanario y amante de las historias de piratas José Macías Santana ya le había regalado, embelesado por su labor humanitaria, otro de menor caballaje. Se acuerda bien de aquel detalle Antonio Ojeda, jefe de la Policía local. «Estamos en línea con él las veinticuatro horas. Es el único capaz de adentrarse en medio del temporal para rescatar a alguien caído al mar. Ya sea de noche o de día».
«Cuando saca a alguien sin vida, se le ve afectado. Dice que suele pensar en la familia; que les imagina expectantes en la playa, esperando noticias; y que le duele verles sufrir», explica un sargento de la Guardia Civil. «Siempre se cuenta con Sandokán, porque corre que asusta y es capaz de sumergirse a pulmón libre hasta diecinueve metros de profundidad», corroboran en el puesto de Salvamento Marítimo, por donde sus responsables ven desfilar día sí, día no, desde hace más de tres décadas, a gentes de todo sitio que llegan preguntando por su salvador. «Vienen agradecidos y le traen regalos». Un televisor, un vídeo, pintura para la barca...
Hace dos semanas, Víctor Rastrilla, un pescador aficionado que había llegado de Las Palmas atraído por la belleza de la costa araucana, resbaló de las rocas. Convivió con la angustia en medio de un fuerte oleaje hasta que una mano amiga lo asió con fuerza y lo rescató del infierno. «Yo sólo pensaba en la familia, cuando sentí que me agarraban. Al recuperarme, busqué a Sandokán y le dije que no sabía cómo pagarle», detalla. La respuesta del pescador de hombres le dejó sin habla:
– Si a mi hijo le salvaran la vida, no podría pagarlo ni con todo el oro del mundo. Con las ‘gracias’ me vale, hombre. Y asegúrese de no volver a pescar en esa zona.
A la deriva
El náufrago, seguro, tomó nota. Y no fue el único. Un matrimonio joven había estado a punto de perecer días antes en el mismo escenario arrastrado por la marejada. «Aún siento la fuerza con la que tiró de nosotros este hombre. Fue una bendición», relata la mujer.
Cuando a Sandokán se le pregunta cómo es el fondo del mar, se le abren los ojos como dos platos. «Es igual que el campo que conocemos en la tierra, con vegetales, con árboles y con animales, sólo que hay agua por todas partes», explica. Así dicho, no parece tan fiero, pero es que el marinero canario que protagoniza esta historia no es vanidoso. Por eso lo pasó mal el día en que el pueblo reunió firmas para que la Corporación pusiera a una calle su nombre. Todo completo: Manuel Sosa Medina, Sandokán. «Al pirata justiciero se le ha pagado con la misma moneda por una vez», comenta el alcalde, Ángel Víctor Torres Pérez.
De lejos se ve circular a Sandokán en su triciclo. Una turista madrileña se acerca y le pide hacerse una fotografía con él. «Sabes, estuve en Madrid hace tiempo. Pero me faltaba la marea, como al pez le falta el oxígeno y el agua del mar para vivir. Me tuve que volver para las islas de inmediato», le susurra a la chica.
«Al verle, su rostro se me quedó grabado para siempre»
LA FAENA. El marinero ordena algunos aparejos en su lonja.
I. ÁLVAREZ / LAS PALMAS
«Chapoteaba sola en la orilla. No pude ni gritar». Han pasado 37 años y Amelia deja por un momento la verde campiña Suiza donde reside para introducirse en el mar verde, más oscuro, más salvaje, que baña la playa grancanaria de El Puertillo. «Allí veraneaba siempre con mis padres, cuando sucedió».
Tenía siete años y retiene el momento en que la corriente arrastró su cuerpo menudo. Un golpe de mar repentino, que le dejó sin reacción. Estaba siendo tragada. En unos segundos, se vio atrapada por el agua y la espuma. «Movía los brazos, pero notaba que la fuerza de la marea podía conmigo. Cada vez me alejaba más de la playa».
Sandokán era un adolescente. Acababa de cumplir los quince y ya había puesto proa al horizonte varias veces, en busca de bancos de pesca. Vio a la niña en apuros, y empezó a escribir su historia. Arrastró su lancha por la arena y sorteó el oleaje hasta alcanzar un cuerpo inerte. Había perdido el conocimiento, pero él le habló. Con voz dulce y brazos de acero, la subió a la embarcación y se empeñó en reanimarla. «Había tragado mucha agua, pero no tardó en reaccionar», recuerda Sandokán.
«Su rostro fue lo primero que vi al despertar; se me quedó grabado», evoca Amelia. Cuando su salvador arribó a la orilla, otra marea, humana, se agolpó a su alrededor. Allí estaba la familia de Amelia: un padre nervioso y enojado que vio otra película. «Sí, se enojó, me montó un espectáculo pensando no sé qué, hasta que la gente le convenció de que yo la había rescatado. Estuve a punto de reprenderle por dejar a la niña sola, pero me callé. Yo también no era más que un niño».
Amelia tiene hoy 44 años y dos rubitos de ojos azules, como ella. El mayor cumple doce. El peque, siete, igual que ella «cuando sucedió». Sigue dejándose caer cada verano por Arucas. Y, cuando sus hijos se adentran en el mar, busca siempre con la mirada a Sandokán.
Arucas, un litoral peligroso
I. A. / LAS PALMAS
La costa de Arucas ocupa una posición central en el perfil norte de la isla de Gran Canaria. Su trazado es sinuoso y recortado, con una longitud aproximada de catorce kilómetros. Se encuentra seccionada por la desembocadura de varios barrancos.

EN GUARDIA. 
Sandokán pone siempre proa a los náufragos.
Esta franja litoral presenta, hasta la cota de los cien metros sobre el nivel del mar, una fisonomía de plataforma que le confiere un carácter predominantemente acantilado. Resulta muy arriesgada para la práctica de la pesca y acumula numerosos puntos negros para los bañistas, por lo que no es recomendable adentrarse en ella. La denominada Punta del Camello es la zona más peligrosa.
El primer tramo de la costa es algo más suave; relativamente llano y menos accidentado. Comprende desde San Andrés hasta El Puertillo, y luce en su recorrido varias playas de arenas negras, cantos redondos y gravas. El segundo es mucho más agreste. Se extiende desde El Puertillo hasta Tinocas. Su morfología es bastante accidentada. Dibuja una línea litoral muy recortada y abrupta en la que dominan las formas acantiladas. Las Fuentes, Las Coloradas, Los Charcones, El Puertillo, el Charco Las Palomas y las Salinas identifican algunas de sus arenas. La mayoría, rubias y finas.
Los practicantes de surf saben que en esta cara de la isla –de características opuestas a la del Sur, aquí el agua se encrespa fácil, el fondo, rocoso, se hunde en el océano y las rachas de viento soplan del Sudoeste– pueden disfrutar casi todos los días del año de la ola, a la que han bautizado como la Izquierda de El Puertillo. Pero pocos se atreven a desafiar a una marea que tachan de «traicionera».

ESTANDARTE DEL HEROÍSMO
Manuel Sosa Medina nació el 21 de octubre de 1953 en El Puertillo, localidad que pertenece al municipio grancanario de Arucas. Aprendió a nadar con diez años, «cuando resbalé y me caí al agua». A los quince realizó su primer salvamento. Desde entonces, su altruismo ha sido constante. En los informes de la Guardia Civil de Arucas y de la Policía local constan cerca de 300 rescates de Sandokán, sin más ayuda que sus propias manos. Tiene cinco hijos (Teresa, Yaiza, Melisa, Manuel y Carlos) y asegura que «dos de ellos han salido al padre».
Como reconocimiento a su labor, Sandokán ha recibido numerosas condecoraciones. Además de la calle que le otorgó su pueblo en El Puertillo, el Gobierno de Canarias le concedió el pasado diciembre una medalla de plata «por su impagable actuación en el rescate de vidas humanas en el mar». El Ministerio de Interior le distinguió en1991 con otra medalla, esta vez de oro, por su heroísmo. También ha sido homenajeado por la Casa Real y por varias asociaciones locales de distinta índole.

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